lunes, 6 de junio de 2016

Muhammad Ali se convirtió en una luminosa referencia dentro de la cultura pop de los años sesenta.

Fue el boxeador que necesitaban los años sesenta. Por aquel entonces, empezaba a ser un deporte bajo sospecha: dominaban los relatos sobre el daño del cuero golpeando la carne, las epopeyas sobre la huida de la miseria, las denuncias de la dudosa trastienda del negocio. Con aquel chico de Kentucky, el boxeo se convertía en orgullosa afirmación de la voluntad de emancipación, puro black power sin grandes argumentos de por medio.

Se iba a convertir en el gran púgil de la Década Prodigiosa: irreverente, bocazas, seguro de sí mismo. Inevitablemente, le juntaron con los Beatles allá por 1964, cuando estos terminaban su primera gira por Estados Unidos. Aunque las fotos resultantes muestran a todos los implicados haciendo el payaso, el encuentro no estuvo exento de tensión. En contra de lo que estaban habituados, los británicos debieron esperar, encerrados en una habitación, mientras el campeón se preparaba para la prensa. Y Clay, que diariamente recibía oleadas de visitantes, no estaba seguro de quiénes eran aquellos “mariquitas”, seguramente dicho sin intención ofensiva.

Clay ya era legendario por su elocuencia: convirtió sus rimas en cantinelas, a modo de eficaz eslogan publicitario. En los tiempos actuales, sin duda hubiera terminado rapeando en el sello de Jay-Z; en aquellos días, le transformaron en artista discográfico por la vía rápida. Combinando recitados y canciones, Columbia Records publicó en 1963 el álbum “I’m the greatest” (soy el más grande, en inglés); su versión del inmortal “Stand by” sonaría en muchas emisoras.

No volvería al estudio de grabación hasta 1976, cuando protagonizó un disco infantil destinado a luchar contra la caries dental, en compañía de los cantantes Frank Sinatra y Richie Havens, el actor Ossie Davis, el locutor deportivo Howard Cossell. Corramos un velo sobre aquel artefacto, típico de la Guerra Fría, donde los villanos del cuento tenían acento ruso o cubano.

Muhammad Ali ascendió a héroe contracultural en 1966, al negarse a cumplir el servicio militar. Formó parte de la valiente minoría que declaró abiertamente su oposición a la guerra de Vietnam; cuando los disidentes en edad de reclutamiento se excusaban mediante prórrogas de estudios o alegando difusas enfermedades.

Dado que un número desproporcionado de los soldados estadounidenses en Vietnam era lo que hoy llamaríamos afroamericanos, su postura fue perfectamente entendida en los guetos. El apoyo a Muhammad Ali se mantuvo durante los años inciertos en que le impedían combatir y podía terminar en una penitenciaria. No solo era respetado en los ghetos. Allí están las fotos junto a las estrellas de Motown, el sello que representaba las aspiraciones de la clase media negra, al lado de los ídolos juveniles Jackson 5 o del genial Marvin Gaye.

En los setenta, ya exonerado, se fundió en abrazos con artistas cercanos a Richard Nixon y el Partido Republicano: de Elvis Presley a James Brown, que incluso había girado por las bases de Vietnam. Nunca le faltó el respaldo de las clases ilustradas, manifestado en los libros de Norman Mailer y Bud Schulberg, los extensos reportajes de Joyce Carol Oates y George Plimpton.

Como si se tratara de un campo de minas, esos autores pisaban con enorme cuidado alrededor de la militancia de Ali en la Nación del Islam, misteriosa secta a la que se atribuía el asesinato de otro adalid de la negritud, Malcolm X. “Ali no es un fanático”, aseguraban sus cuidadores.

Bob Dylan no necesitaba esas garantías. Le gustaba ponerse guantes y había dedicado canciones a boxeadores, incluyendo su famosa Hurricane, que indirectamente permitiría la liberación de su protagonista, Rubin Carter, condenado por asesinato. En la foto de su encuentro con Ali, Dylan parece intimidado: una cosa es hablar de la dulce ciencia del pugilismo y otra es sentir el peso de esa mano letal.

LA DESPEDIDA Muhammad Ali tendrá la despedida que siempre quiso. Hace años que el campeón mundial de boxeo e ícono del Estados Unidos de la última mitad del Siglo XX planificó su funeral, que tendrá lugar el viernes en Louisville (Kentucky), justo una semana después de su muerte a los 74 años por causas naturales en Phoenix, Arizona.

Este viernes, una procesión fúnebre atravesará la avenida en Louisville que lleva su nombre, su barrio natal y las calles en las que, hace más de medio siglo, celebró una de sus primeras victorias, la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1960, cuando Ali todavía se llamaba Cassius Clay. El portavoz de los familiares del boxeador, Bob Gunnell dijo que mediante la procesión, “todo el que quiera podrá decirle adiós”.

El expresidente Bill Clinton, el actor Billy Crystal y el periodista Bryant Gumbell serán los encargados de hablar durante su sepelio. Preguntado años atrás sobre cómo le gustaría que le recordaran en su funeral, Ali respondió: “Me gustaría que dijeran: mezcló varias tazas de amor, una cucharada de paciencia, otra de generosidad, medio litro de amabilidad, un cuarto de risas, una pizca de preocupación, y luego lo revolvió todo con voluntad y felicidad. Le añadió mucha fe y volvió a mezclarlo todo bien. Después, expandió la mezcla durante toda su vida”.


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