Las 22:48 del sábado 3 de abril de 2016 marcaba el comienzo del fin. Inmerso entre una muchedumbre que coreaba su nombre y luciendo una de sus sonrisas más engalanadas, aparecía la figura de aquel hombre que le entregó 24 años de su vida al boxeo y que, luego de haberlo pensado más de una noche, decidía que era el momento de colgar los guantes para siempre.
Vladimir el Niño Gómez se hacía presente en el coliseo José Villazón y el lugar entero se convertía en un espacio sagrado. Todos los focos (los tangibles y los abstractos) se dirigían a él. Lo demás quedaba en segundo plano. El Niño más grande en la historia del boxeo boliviano se acercaba lentamente al cuadrilátero para pronunciar el adiós más duro de su vida. Por lo alto, claro, para que el orgullo propio “hablara” más fuerte que la melancolía de la despedida, que no era poca.
Todos esperaban verlo aparecer con una bata imponente y con la cabeza cubierta por una capucha, pero decidió entrar con una polera blanca de algodón, muy sencilla, por cierto.
Desde aquel “la edad ya no acompaña”, que decía el cochabambino en diciembre de 2015, hasta los ganchos certeros que el pugilista de 42 años demostraba en la pelea del sábado, cuando derrotaba al cruceño Andy el Caniche Almendras (y se despedía con el cinturón nacional en la categoría Súper Ligero), hay un puente larguísimo.
Muchos aún no creen que Gómez haya colgado los guantes porque tiene el “aguante” que caracteriza a los guerreros.
Paradójicamente, el Niño no contaba con que esos 42 años fueran determinantes en la victoria que conquistó el fin de semana y que le supo a su última gloria, la más agridulce.
Su intención fue liquidar el encuentro antes de los 10 rounds, pero la estrategia serena de Almendras impidió que el local pudiera lograr el KO (knock out, fuera de combate). Con el 80 por ciento del público en favor de Gómez, el cruceño tuvo suma cautela durante el asalto inicial. Fue, en cambio, el valluno quien se animó a buscar al rival.
Ya en el tercer round, Almendras dio cuenta de sus ganchos desequilibrantes, pero el Niño no tambaleaba porque sus reflejos fueron oportunos para esquivar los golpes.
El Caniche acentuaba su potencia conforme transcurrían los asaltos. Incluso los seguidores de Gómez temieron por el resultado técnico de los jueces. En la recta final, ambos lucharon casi en igualdad de condiciones. Estaban cansados y sus movimientos no eran tan ágiles como al principio.
Lo cierto es que el juez Ramón Veliz, que retornó al ring luego de 40 años, le aportó un elemento emotivo más al combate. Ahora, el registro del boxeo cochabambino suma una estrella más en la vitrina de sus atletas indelebles.
Seguirá enseñando a los novatos
Si bien guardó los guantes, como los jugadores de fútbol cuelgan los botines, Vladimir el Niño Gómez no se alejará por completo del boxeo. Seguirá cerca de su pasión. Enseñará a las nuevas generaciones de pugilistas y no se guardará nada de lo que acumuló durante estos 24 años.
“Continuaré incentivando a los chicos”, dice, con total convicción de que su nueva tarea como entrenador y dirigente será esencial para formar nuevos valores.
“Quiero tratar de levantar el deporte”, agrega, quien durante las tardes trabaja en su consultorio dental y tiene que lidiar con instrumentos distintos a los del box.
No hay comentarios:
Publicar un comentario