La figura de don Juan Ponce es tan rica en historia, en anécdotas agridulces que se pasean por los pasillos de su memoria gastada, que resulta difícil elegir un comienzo dentro del abanico de introducciones. Hacerlo implicaría dejar fuera un sinfín de prólogos que ubicarían en tiempo, espacio y sensaciones en torno a un protagonista, sin dudas, exquisito.
Podríamos referirnos al barón del boxeo (cabe el apelativo a este hombre cochabambino por su altivez pugilística) como aquel muchacho de 27 años que se comía el mundo, vivía y moría por el ring, pero que se frustró tras un empate con el paceño Cornelio Yapura y no pudo cumplir su sueño de competir por el título sudamericano. Ello significó su renuncia definitiva al cuadrilátero, a pesar del dolor propio y las súplicas de los hinchas, que protestaron hasta el cansancio luego de la decisión. Fue en 1964.
También podríamos recordarlo en Rosario, Argentina, pronunciando un “no” rotundo cuando unos empresarios le propusieron perder en una pelea y ganar el doble de la suma acordada en la revancha. El truco del marketing fue en contra de ese hombre confiado en sí mismo. “Me escapé. Faltaban 10 días y ya había rodado toda la publicidad”, recuerda, dejando escapar una sonora risa.
Si agilizamos el reloj y nos remontamos al presente, nos encontramos ante la versión más completa del exboxeador, aunque con ciertas diferencias. La agilidad en sus puños ya no está. De aquel porte intimidante que inspiraba miedo a los oponentes de la década del 50 queda un hombre de 77 años que aún proclama su amor por el boxeo.
Queda una persona que supo tomar impulso del roce con empresarios que lo patrocinaron en su juventud y ahora dirige una firma familiar de productos plásticos, en la zona del Aeropuerto. “Primero, usted debe meterse en la cabeza que es mejor que cualquiera. Segundo, tiene que perder el miedo al golpe”, enseña, sentado al frente de su escritorio, en una oficina gerencial que expone decenas de cuadros con sus mejores momentos en el ring.
P: ¿Por qué renunció justo cuando estaba en el auge de su carrera?
R: Porque vi la injusticia. Uno siempre busca un título. Está en el boxeo porque lo merece y es mejor que otro, pero también me interesaba mucho lo económico. La pelea por el título sudamericano en ese entonces era por un millón de dólares. Me retiré de la empresa petrolera en la que trabajaba para prepararme bien. Peleé por el titulo de Bolivia, le gané a mi rival y me hicieron empatar. Me realizaron la prueba de suficiencia. Recuerdo que el público gritaba, chillaba porque no era empate. Fue contra Cornelio Yapura, él era campeón de Bolivia en peso Pluma. Tenía 57 kilos y yo 54, era Gallo. En aquel momento dije no importa ¿sabes? agarra una piedra si quieres pelear conmigo. Yo tomaba agua para pesar más. Luego del empate supe que debía retirarme.
P: ¿Cuándo ganó su primera medalla?
R: En 1955 fui campeón de Cochabamba. Seguí peleando y en 1960 logré el título nacional en La Paz. Ya en el 64, conseguí el título profesional y luego sucedió todo lo del sudamericano.
P: ¿Cómo es la vida de don Juan en 2015?
R: Vivo tranquilo. Todavía practico algo de deporte. Juego pelota de mano y, de vez en cuando, hago piscina y ejercicios. Por otro lado, dirijo la empresa familiar. Vamos bien.
P: Cuéntenos sobre esa transición de ser boxeador a empresario.
R: Fue especial. Gracias a los resultados que tuve en el boxeo, me relacioné con empresarios. Supe aprovechar ese contacto. En realidad, empecé con el calzado. Había fundado Venado, una compañía que pasó a ser grande. En esa época también fui director de la Cámara de la Industria y observé que no había mucha coherencia en la protección a la pequeña industria. Esa labor me llevó a descuidar un poco la administración de Venado, Tuve que cerrar en 1990. Luego no me rendí e incursioné en el reciclaje del plástico hasta hoy. Pero no puedo olvidar que en 1958 fui obrero de Manaco. Allí aprendí a hacer zapatos luego de que me contrataran para representar al club Bata. Los gerentes y jefes me tenían mucho aprecio y yo aprovechaba para aprender todo.
P: ¿Está lejano aquel Juan al de ahora?
R: Se va a quedar de por vida. Si uno no pierde la sencillez y la humildad siempre va a ser recordado y querido. Tengo muchísimos amigos. Cuando voy a hacer deporte los sábados, siempre están detrás de mí y eso me llena de satisfacción. Creo que deberíamos reunirnos alguna vez con Cornelio (Yapura) para recordar todo lo vivido.
P: ¿Cómo fue su viaje a la Argentina en los 60?
R: Allá me dieron trabajo e incluso quisieron que me nacionalizara. Lamentablemente tuve que volver protestando porque me plantearon que perdiera una pelea para luego ganar más dinero. Los increpé y les dije que no me interesaba esa oferta si me iba a desprestigiar. Me escapé. Faltaban 10 días. Ya habían hecho mucha publicidad.
P: ¿Qué consejos le da al que comienza en el ring?
R: Primero que todo, debe perder el miedo de que lo van a golpear. Segundo, tiene que memorizar que usted es mejor que el otro. Soy mejor, voy a ganar. Aunque también se necesita ser disciplinado. Recuerdo que solía trotar entre 12 y 15 kilómetros. A las 4:00 ya estaba afuera.
P: ¿Sintió miedo alguna vez?
R: Nunca. Ni con argentinos, ni peruanos, ni chilenos. Con nadie.
P: ¿Cómo fue la vida amorosa del boxeador?
R: La verdad es que uno se embriaga de tanto recibir halagos. Recuerdo que los parientes de mi esposa eran mis hinchas locos. Fue insólito ¡Ella había tenido más fotos mías que yo cuando fuimos novios!
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